El Designio de los Dioses: EL Designio de los Dioses: Primer capítulo




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sábado, 3 de enero de 2009

EL Designio de los Dioses: Primer capítulo

Asiria, año 678 a.c.



CAPITULO I





Nínive era la capital del reino más poderoso del mundo conocido. Situada en la confluencia de los ríos Tigris y el Khosr, era ruta obligada para los comerciantes que cruzaban ambos ríos, ya se dirigieran tanto a Fenicia como a la India. Fue construida bajo la supervisión del rey Senaquerib y se trataba de un verdadero oasis en medio del desierto. Las amplias calles desembocaban en hermosas plazas decoradas con obeliscos y estatuas majestuosas. Sus monumentos conmemorativos, sus zigurats, los parques que rodean las lujosas villas y sobre todo, el palacio real, la convertían en la ciudad más hermosa del imperio. Nínive estaba surcada por dieciocho canales que le abastecían con agua fresca de las colinas y regaban los innumerables parques y jardines, proporcionando a toda la ciudad, el aroma del jazmín y del cardo. Quince grandes puertas franqueaban el paso a sus sólidas murallas, cada una de ellas escoltada por una pareja de toros alados de cinco metros de altura, que con su solidez y su fuerza, protegían a la ciudad y a sus habitantes de sus no pocos enemigos. La prosperidad del imperio se veía claramente reflejada en los ciudadanos de su capital. Mercaderes, sacerdotes, soldados y cientos de artesanos, eran los habitantes de la ciudad que se erigía como el centro del mundo.

Kalam paseaba por la calle principal de Nínive, acompañado por su esposa Damkira y su hijo Nabui. Se dirigían hacia la plaza del mercado, más para disfrutar del bullicio de la gran ciudad, que por la necesidad de realizar alguna compra. Tenía menos de treinta años y había conseguido, gracias a sus artes curativas, ser nombrado médico personal de Assarhaddon, el todopoderoso rey de Asiria. Kalam era un hombre alto, joven y apuesto. De tez morena, tenía los ojos verdes muy claros, revelando sus orígenes fenicios. Su barba finamente recortada y una nariz recta, le proporcionaba un aire distinguido. Vestía una túnica clara y una cinta de seda azul, le ceñía la cintura. El anillo de oro con el escudo de la casa real, le distinguía como empleado personal de Assarhaddon, lo que le proporcionaba un status elevado dentro de la sociedad asiria. Su esposa, Damkira, era una mujer de extremada belleza. De origen semita, tenía el pelo negro y liso hasta la cintura. Sus ojos, de un intenso color negro, emanaban misterio y sensualidad. Tenía la nariz fina y sus blancos dientes eran comparados con las perlas del mar arábigo. Tenía el porte de las antiguas sacerdotisas y una mirada suya era suficiente para desarmar al más audaz de los guerreros.

Kalam aprendió los secretos de la medicina de su padre Alamkar, médico en Assur, que le instruyó en tan noble arte durante años. El asirio, en busca de nuevas oportunidades, emigró a Nínive, la capital del imperio, donde cualquier joven con experiencia y ambición, podría conseguir las más altas metas. Durante más de tres años, ejerció su profesión con total diligencia y pronto su fama de gran asu, se extendió por toda la ciudad, sobre todo en las capas menos favorecidas. Finalmente, dicho prestigio llegó a oídos de Nigirsu, gobernador de la capital asiria.

El rey Assarhaddon tenía una fiebre muy alta producida por una grave infección, y sufría fuertes dolores abdominales que le hacían retorcerse de dolor. Apenas comía y cuando lo hacía, las náuseas y los vómitos provocaban que expulsase de su cuerpo, el poco alimento que apenas había ingerido. Durante días el médico de la corte había utilizado todas sus habilidades curativas, pero su esfuerzo fue en vano. Le había sumergido en agua fría, realizado sangrías con sanguijuelas y con vasos de vidrio caliente, preparado infusiones y pócimas pero, finalmente, se vio impotente y con lágrimas en los ojos, reconoció su fracaso ante Nigirsu, informándole que si el rey continuaba en ese estado, moriría en pocos días. Nigirsu habló con los sacerdotes que a su vez, habían inmolado cientos de corderos en honor al dios Shamash, y les inquirió sobre los augurios de estrellas y oráculos, deseando que hubieran arrojado algo de luz sobre la enfermedad del rey. En su último sacrificio, el sacerdote del templo del dios Shamash, abrió en canal un cordero y derramó sus entrañas en una bandeja de plata. Después de analizar las vísceras del animal, miró con tristeza al gobernador y le dijo que no había nada que hacer, pronto el dios Shamash lo reclamaría ante su presencia. El gobernador era un hombre acostumbrado a luchar hasta el fin y no se rendiría con facilidad, pero no tenía tiempo para buscar médicos o curanderos más allá de las murallas de la ciudad. Consultó a los consejeros del rey y después de haber mandado emisarios e informadores por todo Nínive, se reunió con ellos en la sala principal del palacio. Allí llegaron a la conclusión de que únicamente había en la ciudad dos médicos capaces de, por lo menos, intentar salvar la vida del rey, ya que el resto de físicos se sentían incapaces y se excusaban alegando que no podían hacer por él más, de lo que ya había hecho su médico personal.

Uno de los físicos que asumió la responsabilidad de intentar curar al rey, fue un egipcio de nombre Tessub. El otro, era un joven desconocido llegado hacía pocos años de la ciudad de Assur, llamado Kalam. Tessub era un reputado médico, para muchos el mejor del reino. Era un hombre ambicioso y su clientela había que buscarla entre los nobles y los comerciantes de la ciudad. Para muchos, su origen egipcio, impedía que fuera el médico personal del rey, pues sólo físicos asirios podían asumir ese cargo. Kalam era un joven prácticamente desconocido por las clases altas de la ciudad, pero muy popular entre los artesanos y los campesinos, donde tenía la mayor parte de sus pacientes. El joven asu, veía la curación del rey como una oportunidad única para poder ascender en la escala social y construirse una reputación de gran médico. Por este motivo, cuando un heraldo del gobernador le informó de la enfermedad del rey, y sus dificultades para encontrar una cura, no dudó en ofrecerse voluntario para intentar remediar los males que aquejaban al monarca.

Cuatro soldados de la guardia real escoltaron a los dos médicos a los aposentos del monarca. Allí les esperaba Nigirsu, Imashar el médico personal de su majestad y el rey Assarhaddon, que seguía en estado de semiinconsciencia postrado en la cama. La habitación estaba prácticamente a oscuras, poco ventilada y a pesar del incienso que había prendido por toda la sala, emitía un olor nauseabundo. Junto a la cama del rey había una pequeña mesa de nogal y situada sobre ella, una pequeña figura de alabastro que representaba a la diosa Nin-Karrak protectora de la salud del hombre.

-¿Qué síntomas tiene el rey? –preguntó Tessub, mientras se dirigía hacia Assarhaddon.

-Tiene una fiebre muy alta –respondió Imashar con voz trémula–, dolores en el abdomen y pérdidas de conciencia. Apenas toma ningún alimento y lo poco que come, lo vomita casi de forma inmediata. Está muy grave.

El anciano físico se sentó en un escabel y se tapó la cara con ambas manos para que nadie viera su rostro contraído por el dolor.

Tessub auscultó al rey, le tomó el pulso y le levantó los párpados. Puso su oído en su pecho, le abrió ligeramente la boca e introdujo su nariz en ella. Empezó a tocar cada parte de su cuerpo; primero las piernas, luego los brazos y finalmente el vientre. En ese momento el rey dio un fuerte gemido, justo cuando el egipcio ejerció una leve presión sobre el bajo vientre. Ordenó a los asistentes del rey que le desnudaran para poder auscultarlo mejor y pudo observar como el abdomen lo tenía hinchado. Mientras tanto, Kalam observaba las acciones del egipcio, en un profundo silencio y desde cierta distancia.

-La infección que tiene el rey proviene del bajo vientre –dijo de forma categórica–, si logramos bajarla, creo que conseguiremos salvarlo.

-¿Qué debemos hacer? –preguntó esperanzado el gobernador.

-Tenemos que continuar con las sangrías –respondió el egipcio–. Las sanguijuelas absorberán los humores malignos a través de la sangre y por lógica, la hinchazón de su estómago se reducirá hasta que desaparezca. También debemos continuar con los baños fríos para bajar la fiebre.

-Si hacemos eso, el rey morirá –intervino Kalam, ante la sorpresa de Nigirsu que casi se había olvidado de él.

Todos dirigieron la mirada hacia el joven médico.

-¿Qué quieres decir? –preguntó Tessub sin ocultar su irritación.

-Has identificado correctamente el mal que aqueja a nuestro rey -dijo con mucha seguridad, dirigiéndose hacia el lecho del monarca–, pero has errado con el tratamiento –Tessub le miraba con los ojos inyectados en sangre, no se podía creer lo que estaba oyendo ¡Un advenedizo le estaba cuestionando!- si hacemos lo que tú dices, las sanguijuelas contaminarán su sangre y le debilitarán, el mal que lleva dentro se hará más fuerte, la fiebre aumentará y, finalmente, el rey morirá.

-¿Y cuál es tu diagnostico? –inquirió el gobernador con cierta indignación. Hasta ese momento, Kalam no había hecho nada para curar al rey, y Nigirsu tenía serías dudas de que ese joven farsante pudiera hacer algo por él.

Kalam tomó el pulso al monarca, tocó su frente para sentir su calor y le puso un espejo en la boca para poder ver la fuerza de su respiración. Finalmente, posó su mano sobre su vientre y el rey soltó un leve quejido. El médico ya no tenía ninguna duda sobre su diagnóstico y así se lo hizo saber a los presentes.

-El rey tiene un tumor en el abdomen, la única opción es operar y extirparlo. Es más, si no lo hacemos hoy mismo, Assarhaddon, con toda seguridad, no verá un nuevo amanecer.

El diagnóstico de Kalam sorprendió a todos. El egipcio empezó a hacer aspavientos, a insultarle. Se arañaba la cara exclamando palabras ininteligibles en su idioma. El gobernador, encolerizado, se levantó y llamó a la guardia real para que ajusticiaran en ese mismo momento al joven médico. Solamente Imashar permaneció impertérrito, con la mirada perdida como si su mente y su cuerpo estuvieran en lugares distintos. Cuando la guardia entró en los aposentos, desenvainaron sus espadas y a una orden del gobernador, se dirigieron hacia Kalam que les miraba aterrorizado. En ese momento, Imashar se levantó de la silla.

-¡Quietos malditos, deteneos! –ordenó Imashar con una autoridad que en su vida había tenido, mientras se dirigía a Kalam– Dejad al joven asu en paz, creo que tiene razón. ¡O dios Assur como no se me había ocurrido! –dijo el médico clamando al cielo con los brazos en alto– Joven, eres un médico audaz y no te asusta correr riesgos. Mi edad y mi cobardía me han impedido ver lo que tú, con tu juventud y con tu valor, has podido ver con claridad. Assur es grande y te ha permitido diagnosticar correctamente la enfermedad del rey. Además, has podido determinar cuál es el mejor remedio para curarle. Sólo espero que todo salga bien –le dijo a Kalam cogiéndole de los hombros.

Tessub y Nigirsu se quedaron petrificados, no esperaban la respuesta del anciano médico. Los soldados miraron confusos al gobernador, que les ordenó que envainaran sus espadas y salieran de la estancia.

-Explicaros ¿de qué magia o hechizo estáis hablando? –les espetó el gobernador.

-Deja que hable yo –le dijo Imashar a Kalam cogiéndole del brazo-, ahora será mejor que vayas a por tus instrumentos, medicamentos y el material que necesites. En cuanto estés preparado, ejecutarás la operación. ¿La has realizado alguna vez? –le preguntó.

-No señor, pero mi padre es todo un experto y la ha realizado varias veces. En alguna de ellas fui su asistente y él me fue explicando paso a paso todo lo que hay que hacer. Tengo papiros con dibujos, sé que instrumentos y medicinas son necesarias y anoté todos los pasos para realizarla. Creo que soy capaz.

-Muy bien hijo –dijo sonriendo Imashar–, yo nunca he extirpado un tumor, pero si he leído mucho sobre ello. Yo te asistiré.

Kalam le sonrió agradecido. Sin más tiempo que perder, se dispuso a salir de la habitación cuando una mano le agarró con fuerza del brazo.

-La guardia te escoltará en un carro hasta tu casa -dijo Nigirsu mientras hacía un gesto a los soldados-. Vuelve tan rápido como puedas y espero por tu bien que tengas razón. En el caso de que el rey muera...-añadió, haciendo el gesto de cortarse el cuello con la mano.

-El rey sobrevivirá, soy el primer interesado.

Salió a toda velocidad del palacio en un carro de guerra conducido por un auriga y escoltado por dos jinetes. En pocos minutos cruzaron la ciudad, atropellando a todo viandante que descuidadamente se cruzaba en su camino. Al entrar en su casa, encontró a su mujer dando de comer al pequeño Nabui, un dátil rebozado en miel. La mujer, asustada, vio como su marido entraba a toda prisa en la casa franqueado por dos guardias reales.

-¿Qué pasa cariño? -preguntó inquieta Damkira incorporándose y dejando al niño en el suelo entretenido con su golosina.

-Vengo a coger los instrumentos que me regaló mi padre -respondió Kalam, sin mirarla y entrando rápidamente en su dormitorio.

Su mujer le miraba con preocupación y Kalam, mientras buscaba los instrumentos, la puso en antecedentes. Abrió un pequeño armario de madera de pino y sacó de su interior una esbelta caja rectangular de madera de cedro revestida en cuero. La abrió y miró en su interior. Sujetos con pequeñas tiras de cuero y perfectamente alineados, aparecieron diversos instrumentos médicos. Eran de plata y oro realizados por el mejor orfebre de Jerusalén. Dentro de la caja había un pequeño bisturí, tijeras, un punzón, agujas, tenazas, hilo y alambres de distintos tamaños, grosores y durezas. Alamkar, el padre de Kalam, se la había regalado como premio al aprobar el examen de asu en el tribunal médico de Assur. Le había costado una auténtica fortuna, pero el orgullo y la felicidad que sentía, le compensaba sobremanera el coste del regalo.

Guardó la caja en una alforja y salió a toda velocidad de la casa no sin antes despedirse de su mujer, dándole un beso y cogiendo a su hijo en brazos. Le levantó y comenzó a girar sobre sí mismo. Después de un par de giros, se lo entregó a Damkira y lo besó.

-Amor mío, nuestra vida va a ser muy distinta a partir de ahora -le dijo a Damkira ignorando los grititos de su hijo que exigía más diversión.

-Ten cuidado –le susurró su mujer con los ojos velados por la preocupación.

-Te quiero.

Le dio un beso de despedida y salió a toda prisa de la casa. Con agilidad, saltó sobre el carro de guerra y el auriga comenzó a fustigar con saña a las bestias, que golpearon con sus cascos el empedrado suelo produciendo un sonido seco y amenazador. Con el corazón encogido por la preocupación, Damkira observó como su marido, escoltado por dos jinetes, desaparecía entre una aterrorizada multitud que gritaba todo tipo de improperios mientras se apartaba para evitar ser pisoteada por los cascos de los caballos.

-Ya estoy aquí -dijo Kalam entrando en el aposento real seguro de sí mismo-. Debemos sacar al rey de esta habitación, está inundada de humores malignos que pueden contaminar mis instrumentos y su sangre.

-Asistentes, coged al rey y llevadle a los aposentos de la reina madre, es la sala más perfumada y limpia del palacio –ordenó Nigirsu.

-No, que sea la que mejor huela no significa que esté libre humores. Necesito una sala bien iluminada, limpia, bien ventilada, casi sin muebles y cerca de una fuente de agua limpia y fresca –exigió Kalam.

-El mejor sitio es la antesala del patio principal –intervino Imashar- hay una fuente de agua fresca cerca y es una estancia muy bien ventilada. Mientras trasladamos al rey allí, mandaré que la limpien.

-¿Qué más necesitas? -preguntó Nigirsu.

-Necesito mantas, pelo de cola de caballo, paños de lino, agua caliente… ¿Sabes preparar opio y mandrágora para dormir? -preguntó a Imashar.

-Naturalmente – contestó molesto Imashar–, tengo suficiente en mis aposentos como para dormir a todo un ejército.

-Necesito la cantidad suficiente para que un hombre duerma cuatro horas, no necesito más. Perdona si te he ofendido –le dijo conciliador al ver su ceño fruncido.

El asu del rey le sonrió.

-No te preocupes por mí, querido amigo, tus preocupaciones ahora son otras y mucho más apremiantes –le dijo el anciano señalando al monarca.

Kalam miró con atención como los sirvientes cogían el cuerpo inerte de Assarhaddon y, con sumo cuidado, lo sacaban de sus aposentos. Sin duda el médico real tenía razón, sus preocupaciones ahora eran otras; su vida estaba ligada a la suerte del rey y si éste moría, se cerniría sobre el joven físico un futuro de lo más incierto. Kalam le miró con inquietud y asintió aceptando con entereza su destino.

Los asistentes reales trasladaron a Assarhaddon a la estancia que les había indicado el asu. La sala era rectangular, tendría unos cinco metros de largo por cuatro de ancho. Dos ventanas daban a un patio interior y se podía oír el fluir del agua de la fuente y oler el aroma de las flores. Cuando los asistentes llegaron a la estancia, ya estaba todo preparado para la operación; la habitación había sido limpiada, olía a fresco y estaba perfectamente ventilada. Kalam encontró todo lo que necesitaba sobre una mesa de madera. Se acercó a una palangana y se lavó de forma persistente las manos. Luego auscultó al rey y percibió que su temperatura había aumentado levemente, puso su mano en el vientre y apretó suavemente el lado inferior derecho. Assarhaddon, al notar la presión, dio un leve gemido, abrió los ojos y miró al asu.

-Jo... joven, he... he estado casi inconsciente todo este tiempo pe... pero he podido oír todo lo que habéis hablado. No sé que... que me vas a hacer, pero si salvas mi vida te... te aseguro que te cubriré de... de oro y gloria –dijo el rey en un hilo de voz, apenas tenía fuerzas para hablar.

-Mi rey, no os preocupéis, haced lo que yo os diga y dentro de unas semanas estaréis cazando leones en Siria.

-Shamash te…te oiga hijo, Shamash te oiga.

-Debéis salir todos de la sala -ordenó Kalam–, sólo Imashar me asistirá durante la operación. Por favor, dejadnos solos.

-De ninguna manera, yo también soy médico y mi opinión debe ser escuchada –protestó Tessub.

-Como digas Kalam, estaremos fuera esperando. Tessub, guardias, asistentes, todos fuera, esperaremos en el pasillo –ordenó Nigirsu.

Tessub imploró y se lamentó ante el gobernador, pero éste, le fulminó con la mirada. El egipcio, humillado por el joven asirio, salió de la estancia con la cabeza baja y un odio profundo en su corazón. Nigirsu ordenó a un oficial de la guardia real que apostase soldados en todas las puertas del palacio y que vigilasen desde fuera cualquier movimiento de la antesala. También envió soldados a la casa de Kalam y les ordenó que prohibieran a su familia salir de ella. El destino que le aguardaba a la familia Kalam era incierto en el caso de que el rey falleciera.

-Imashar, da de beber a su majestad suficiente poción de opio y mandrágora para que duerma durante unas cuatro o cinco horas -ordenó Kalam una vez que se quedaron solos.

El anciano se acercó al rey, que aún estaba consciente, y le dio de beber varias gotas de un líquido transparente. Poco después, Assarhaddon dormía plácidamente. Kalam e Imashar le desnudaron completamente, limpiándole de arriba a abajo con agua ligeramente mezclada con vino. Luego le pusieron boca arriba y le taparon con una sábana de lino. Kalam cortó con un cuchillo el trozo de sábana que le tapaba el vientre, dejando el abdomen al descubierto. Imashar permanecía expectante a su lado, muy atento a todos sus movimientos. Kalam cogió un bisturí de plata, lo pasó suavemente por la llama de una vela y sin apenas hacer presión, práctico una pequeña incisión en el lado inferior derecho del abdomen del rey. Luego introdujo un alambre de plata, que previamente había calentado al fuego, para separar la piel y que no le molestase durante la operación y pudo ver lo que estaba buscando. El colgajo rojo era ahora perfectamente visible, hizo un gesto a Imashar para que lo viera. El medicó se incorporó, miró el abdomen del rey y asintió. Por ahora las cosas estaban saliendo bien. Cortó el colgajo separándolo de las tripas, cosió la piel y la lavó con agua y vino. Se lavaron las manos, los brazos y la cara. Tomaron el pulso al rey y vieron que era normal. La fiebre le había bajado y parecía tener mejor color. Kalam miró al suelo y pudo ver la figura de la diosa Nin-Karrak. No pudo por menos que sonreír. Salieron de la antesala y se encontraron con el gobernador, el egipcio y los cuatro soldados.

-El rey está en perfecto estado -se adelantó a decir Imashar, poniendo sus manos delante-, y todo gracias a este joven.

-Entremos -dijo desconfiado el gobernador, sin mirar a Kalam.

-Sólo puede entrar el gobernador para certificar que el rey está en perfecto estado, los demás deben esperar fuera. El rey tiene que descansar –dijo Imashar.

Tres días después de la operación, el rey llamó a Kalam. Estaba tumbado en la cama ligeramente incorporado, había adelgazado, pero tenía buen color. Aún sentía ligeras punzadas de dolor en el abdomen, pero la hinchazón y la fiebre, habían desaparecido. En un par de días, podría dar paseos por la habitación y, a lo sumo, en una semana ya estaría plenamente recuperado. En la habitación se encontraban Nigirsu, Imashar, Nisher-Sag, sacerdote del templo del dios Shamash, la reina Zukatu y Nakiya la madre del rey.

Kalam miró a Imashar, que le sonreía con simpatía, Nigirsu le saludó con la cabeza, pero no hizo ningún gesto. Huraño como siempre, su rostro no transmitía ningún tipo de emoción. Le llamó la atención el sumo sacerdote. Se encontraba a la derecha de la reina madre, a quien miraba asiduamente de reojo. Kalam aún desconocía, si por atracción o por temor. Hombre de pequeña estatura y bien alimentado, tenía la cabeza rasurada y una larga barba cortada de forma rectangular. Vestía una túnica ocre con los ribetes negros. Un manto, también negro con flecos, colgaba de su hombro. Le miraba con desconfianza y Kalam creyó interpretar que también con desprecio. Nakiya le causó una gran impresión. No parecía mucho mayor que su hijo y aún mantenía bastante de la belleza, que hacía no pocos años, cautivó al rey Senaquerib. Tenía los ojos negros como una noche sin luna y cristalinos como las aguas que alimentan las fuentes del Éufrates. Su mirada, profunda y poderosa, emanaba una gran autoridad. Vestía una túnica de lana de color blanco con flecos. Una banda de color azul cielo ceñía la túnica a su cintura insinuando unas curvas casi perfectas. Kalam pensó que esa mujer había vendido al dios de los infiernos su alma, a cambio de mantener durante unos años más, el cuerpo de una adolescente. Adornaba su hermoso cuello, casi sin arrugas, con un collar de oro y lapislázuli adornado con dos terneros de jaspe. Su pelo largo lo tenía recogido con un moño en la nuca y estaba sujetado por una pequeña tira de oro. Cuando le miró, le sonrió con sinceridad y agradecimiento. A su izquierda se encontraba Zukatu, la esposa del rey. Permanecía sentada en una silla, le miró y le saludó con un movimiento de cabeza y una leve sonrisa. Vestía ropajes similares y el mismo peinado que su suegra. Parecía la hermana mayor de la reina madre, pero carecía del porte y la autoridad de ésta. Aunque también era una mujer hermosa, carecía de su atractivo. Kalam interpretó que la fuerte personalidad de la reina madre, absorbía todo aquello que se encontraba cerca de ella. Aún desconocía si dicha influencia era como la de un parásito, que se alimenta de su huésped hasta que muere o beneficiaba a ambas partes como la polinización de las abejas. Volvió a mirar a la reina madre y observó que ésta le escrutaba. De pronto, se sintió desnudo y un escalofrío recorrió su cuerpo.

-Mi señor –dijo Kalam acercándose al lecho real.

Se postró e intentó olvidar la mirada inquisitiva de la reina, la desconfianza del sacerdote y la indiferencia del gobernador.

-Buenos días, Kalam. Has hecho un gran trabajo, parece que los dioses han sido generosos contigo y te han bendecido con el don de la cura. Nin-Karrak estará orgullosa de ti –dijo satisfecho Assarhaddon.

Kalam hizo una leve reverencia con la cabeza y sonrió. Su fe en los dioses era muy limitada.

-Te agradezco, en nombre del pueblo de Asiria, lo que has hecho por nuestro amado rey –dijo huraño Nigirsu.

-Has sido muy audaz y arriesgado, pero lo que importa, es que has curado a nuestra majestad –le dijo con una sonrisa sincera Imashar.

-Mi querido asu, no creas que se me ha olvidado la promesa que te hice –dijo el rey, e hizo un gesto con la mano a Nigirsu que le acercó una pequeña caja de madera– Antes de la operación, te prometí que te cubriría de oro y gloria si conseguías curarme de mi mal y ha llegado el momento de que cumpla mi palabra.

El rey abrió la caja y sacó una pequeña bolsa de cuero y un anillo de oro.

-Toma este anillo. Por tu valentía, coraje y conocimientos en el arte de la medicina, te nombro mi médico personal. Ponte el anillo que te distinguirá como empleado real.

Kalam estaba emocionado, su gran sueño se había hecho realidad; había sido nombrado asu del rey más poderoso del mundo. Sin ser consciente de la importancia de su nuevo cargo, cogió el anillo con las manos temblorosas y se lo caló en el dedo anular. Imashar sonrió feliz y asintió ante la decisión del rey, mientras que Nigirsu, le miraba con semblante severo.

-Toma también esta bolsa -le dijo el rey entregándole una bolsa de cuero finamente curtida–. Cincuenta siclos de oro, un primer pago por los servicios prestados. Ahora te pido que guardes discreción hasta que tu nombramiento sea oficial.

-Muchas gracias, mi señor, es un gran honor servirle –dijo Kalam, con voz trémula.

-Ahora puedes marcharte. Pronto me pondré en contacto contigo.

-Mi señor -dijo Kalam despidiéndose del rey.

Cuando salió de la habitación, le siguió el sumo sacerdote acompañado de la reina madre.

-¡Kalam espera un momento! –exclamó Nakiya.

El médico se giró sobresaltado y vio como se le acercaban Nakiya y el sumo sacerdote. Su corazón comenzó a latir con fuerza.

-Todavía no he podido agradecerte personalmente que hayas salvado la vida de mi hijo –dijo sonriendo la reina madre.

-Mi señora, cumplí con mi deber –contestó Kalam lo más tranquilo que pudo.

-Los dioses te han beneficiado, por lo menos por esta vez….- le dijo huraño el sacerdote-. Me he informado sobre ti y me han dicho que reniegas de su poder –terminó de decir, sin ocultar su irritación.

-¡Nisher-Sag, este no es el momento para reproches, recuerda que fue él, quien salvó la vida del rey, mientras tú no sabías qué hacer! –le interrumpió enfadada la reina madre.

-Lo siento, mi señora –dijo sumiso el sacerdote bajando la cabeza.

Kalam se sentía incómodo y deseaba que terminara la conversación cuanto antes.

-Disculpa a nuestro sacerdote, a veces dice las cosas más inoportunas, en el momento menos adecuado -se excusó la reina madre.

El médico no sabía exactamente a qué se refería Nakiya y no tenía la menor intención de saberlo, simplemente asintió con la cabeza sin decir nada. Comenzaba a sentirse incómodo.

-Acepta de nuevo mi más sincero agradecimiento. Cualquier cosa que necesites, no dudes en pedírmela –le dijo la reina acercando su rostro al del médico.

-Gracias alteza real, es todo un honor.

La reina madre se marchó seguida por el sumo sacerdote, que no dudó en girar su cabeza para lanzarle una última y desafiante mirada, antes de alejarse por el pasillo.

De pequeño, Assarhaddon, sufrió una ligera disfunción vocal. Fue tratado por varios médicos y sacerdotes, que incluso, llegaron a pensar que estaba poseído por el dios de los infiernos Nergal. Un sacerdote llegado de lejanas tierras le realizó un exorcismo con catastróficas consecuencias. Durante semanas mojaba la cama, sufría horrorosas pesadillas y se volvió un niño inseguro y enfermizo. Sólo encontraba consuelo cuando estaba en los brazos de su madre Nakiya. Su padre le ignoraba y le trataba con desprecio. Su hermanastro Arad-Nalil le humillaba constantemente y le dejaba en ridículo delante de los otros niños. El balbuceante endemoniado le llamaba. Al ser el hijo menor del rey, había sido educado para convertirse en sacerdote del templo de Shamash. El dominio del mundo estaba reservado para Arad-Nalil, pero el destino o mejor dicho su protectora madre, tuvo mucho que ver para que finalmente Assarhaddon se convirtiera en el rey de Asiria, en lugar de su hermanastro. Gracias a la protección de su madre y de innumerables sacerdotes y curanderos, logró sobreponerse a su mal y fue nombrado rey. Pero era un rey inseguro. Se volvió supersticioso y pedía constantemente consejo a los dioses, a través del sacerdote Nisher-Sag. No hacía nada sin antes consultárselo y frente al más mínimo problema, huía y se protegía en los brazos de su madre Nakiya.

El bullicio en el mercado era ensordecedor. Los comerciantes anunciaban sus productos voz en grito y los niños jugueteaban corriendo entre las piernas de los viandantes, perseguidos por sus padres. El olor a comida impregnaba todo el ambiente y abrió el apetito del pequeño Nabui, que tiró de la falda de su madre para llamar su atención sobre una torta de miel y pasas de aspecto apetecible que asomaba en la mesa de un comerciante. Damkira sacó un dátil de una bolsa y se la entregó al pequeño. El olor a comida distrajo a Kalam de sus pensamientos. Observó como su mujer le miraba con atención.

-¿En qué piensas cariño? -preguntó Damkira a su marido– Llevas un buen rato absorto y con la mirada perdida.

-En nada importante -contestó sonriendo Kalam, rascándose la cabeza-. Simplemente estaba recordando el día que operé al rey. ¡Cómo ha cambiado nuestra vida desde entonces!

-¡Pero si sólo han pasado dos semanas!- exclamó Damkira riendo.

-Sí, pero estarás de acuerdo conmigo, en que han sido maravillosas.

-Es cierto, gracias a tu trabajo y esfuerzo estoy segura que conseguirás todo lo que te propongas -dijo su mujer acariciándole el rostro.

Kalam sonrió ante las palabras de su mujer y cogió a su hijo en brazos.

-En eso tienes razón, aún recuerdo lo que me costó convencer a tu padre para que me diera permiso para cortejarte, pero finalmente lo conseguí.

-Gracias a un par de botellas de vino egipcio que le regalaste y que se bebió en un par de horas -dijo Damkira sonriendo.

-¡No me quites mérito! -dijo fingiendo enfado Kalam- ¡No sabes el dineral que tuve que pagar para conseguir ese par de botellas!

-Pero mereció la pena ¿verdad? -dijo Damkira dándole un suave beso en los labios.

-Sí, mereció la pena.

-Volvamos a casa, ya es hora de comer y el niño tiene hambre -dijo Damkira mirando a Nabui, que estaba chupando con fruición el hueso de su último dátil.

Cuando llegaron a su casa, encontraron en la puerta a un mensajero real. Por su rostro malhumorado, pudieron sospechar que llevaba bastante tiempo esperando para entregarles un mensaje de Assarhaddon. El médico y su mujer habían sido invitados a una fiesta esa misma noche en palacio para festejar la recuperación del monarca. Todos los personajes relevantes de Nínive acudirían al evento.

-¡Qué nervios! -exclamó Damkira inquieta- ¡Y cómo voy a ir vestida, nunca me han invitado a ninguna fiesta y menos en palacio! Creo que no voy a ir.

-Ja, ja, ja, no te preocupes -dijo Kalam abrazando a su mujer-, eres la mujer más bella de Nínive, estarás deslumbrante.

Damkira dudó.

-Además, ¿qué haremos con Nabui? -preguntó Damkira mientras miraba a su hijo que se giró en ese momento con cara de susto- no podemos dejarle solo.

-No te preocupes por el niño, se lo dejaremos a Aola, a ella le encanta Nabui y seguro que no tendrá ningún problema en quedarse esta noche con él.

-Está bien -dijo resignada Damkira, ya no le quedaban más argumentos ni escusas para no asistir al evento–. Me acercaré a casa de Aola para pedírselo ¡Y luego vuelvo al mercado para comprarme un vestido bonito!

-No irás al mercado, allí todos los vestidos son muy mediocres. Irás a la tienda de Yassim.

-¿Yassim? -preguntó incrédula Damkira- ¿Pero te has vuelto loco? ¿Eres consciente del precio de sus vestidos?

-Por eso no te preocupes, eres la mujer del médico personal del rey, el precio del vestido no es problema. Pero vayamos a comer algo, ya tendremos tiempo de prepararnos para la fiesta.

7 comentarios:

  1. EL DESIGNIO DE LOS DIOSES Tiene muy buena pinta...lo compraré sin duda el día 31 de enero. Espero que tengas mucha suerte

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  2. Acabo de leerme el primer capítulo de tu novela y he decirte que de momento me parece una historia interesante. Me recuerda un tanto a Sinuhé el egipcio, pero en una época desconocida para muchos. Si me permites, me gustaría hacerte unas pequeñas observaciones que espero te sean de ayuda.

    Uso del laísmo:
    "La dio un beso de despedida"
    No es correcto, pues la forma estándar del uso del objeto indirecto es le o les.

    Algunas construcciones son mejorables:
    "Sobre una mesa de madera de pino encontró Kalam todo lo que necesitaba."
    Sería más correcto: Kalam encontró sobre una mesa de madera de pino todo lo que necesitaba.
    o
    "Miró Kalam al suelo y pudo ver la..."
    sería más correcto el uso del sujeto en primer lugar.

    De todos modos, para ser una primera novela, está muy bien. Me voy a leer el segundo capítulo.

    Un saludo.

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  3. Has conseguido que al leer sólo haya cerrado los ojos para encontrarme en Nínive.
    Me gutan tus descripciones. Sencillas pero eficaces y el ritmo de la novela engancha y no e hace pesado.
    sólo una cosa. cómo son físicamente el niño y el rey?
    Enhorabuena compi, me gusta mucho. +Iré a por los otros capítulos.
    Verónica Butler.

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  4. Verónica gracias por tus comentarios,

    Encontrarás una descripción del rey más adelante, en los siguientes capítulos, pero es más emocional o psicológica que física. Tiene un papel fundamental en la trama y he preferido que cada lector se lo imagine como considere oportuno.

    En cuanto al niño, no he considerado importante su descripción, al tratarse de un personaje segundario. Sólo al final del libro, adquiere un papel importante.

    Alfonso

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  5. ok. oye como has conseguido el logo de la editorial?
    yo quiero uno !!!!

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  6. no esta nada mal.. pero yo me lei "EL ASIRIO" de nicholas guild que para mi sera inovidable,aunque fuese otra novela y cada autor le puede dar su toque personal,los nombres suenan mas egicios que asirios... en todo caso me leere el segundo capitulo ....

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  7. Sencillamente me ha encantado Alfonso.
    Felicidades. Un saludo.
    Iñaki.

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