El Designio de los Dioses: Segundo capítulo de "El Designio de los Dioses"




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lunes, 2 de febrero de 2009

Segundo capítulo de "El Designio de los Dioses"


Primer Capítulo






CAPITULO II





La sala del trono fue adornada para la ocasión, y hermosos tapices de seda con hilos de oro, colgaban del techo. Las paredes estaban franqueadas por cada uno de los dioses principales; Shamash, el dios sol. Era el dios de la justicia, del orden y de la ley. Estaba representado por una figura humana con el pecho esculpido con un disco solar de ocho puntas; Ishtar la diosa del amor, de la atracción sexual, de la belleza y también de la guerra. Estaba personificada por la escultura de una mujer desnuda con un arco en la mano; Anu, dios del cielo, con su corona de siete pares de cuernos, emblema del poder; Assur, dios protector de Asiria, representado como un hombre montado sobre un toro sosteniendo unas flechas; Marduk, el dios del destino, el gran curandero y organizador del universo, su escultura aparecía amaestrando una serpiente. Cada uno de ellos, vestía con las más finas sedas procedentes del lejano oriente, suave lino arábigo y estaban engalanados con collares y diademas de oro y plata. El olor a incienso impregnaba la sala, y la música suave y embriagadora del laúd, concedía a la sala una gran sensación de paz y quietud.

La mesa del trono se encontraba en frente de la escultura de Shamash, y estaba adornada con figuras de alabastro y centros de flores. Los invitados fueron llegando, poco a poco, a la gran sala. La clase dirigente de Asiria y sus provincias, estaba allí representada. Generales, jueces, gobernadores, ricos comerciantes, altos funcionarios, influyentes sacerdotes, etc., todos vestían sus más lujosos ropajes, ansiosos por impresionar a todos los presentes, con sus símbolos de poder y riqueza. La mayoría de los asistentes se pavoneaban acerca de sus posesiones, esclavos, concubinas, éxitos comerciales y militares. Los sirvientes llenaban, con gran rapidez, la copas vacías de los comensales con vino sin aguar y sikaru restu. Los efluvios del alcohol, hicieron efecto en alguno de los invitados, antes de que hiciera acto de presencia la familia real. En ese ambiente, Kalam y su mujer se sentían extraños y fuera de lugar. Comenzaron a apartarse hacia una esquina de la sala, para intentar pasar lo más desapercibidos posible.

El sonido de la música acalló el murmullo de los invitados y varios músicos irrumpieron en la sala tocando laúdes, flautas y liras. Detrás de ellos, bellas danzarinas movían sus cuerpos oscilando de un lado a otro de la sala con un suave baile, dejando sin palabras a más de un invitado. Cuando las bailarinas concluyeron sus danzas, entraron en la sala varios soldados de la guardia personal del rey, precediendo a la familia real al completo, el rey Assarhaddon, la reina Zukatu, los príncipes, Sin-Iddina-Apla, Samas-Suma-Ukin y Assurbanipal, la princesa Sherna y cerrando la comitiva la madre del rey Nakiya. Los invitados hicieron un pasillo y se postraban al paso de la familia real. El rey tomó asiento y dio la orden para que se sirviera la comida. Los invitados se sentaron a lo largo de dos largas mesas, situadas de forma perpendicular al trono real, junto a las esculturas que adornaban las paredes. Diligentemente, decenas de sirvientes aparecieron portando enormes bandejas con los más suculentos platos. Asados de cabra y oveja, faisán relleno con dátiles, palomas asadas con higos y uvas, pan de cerveza aromatizado con especias y muchos más manjares hicieron las delicias de los numerosos comensales. Los sirvientes raudos, llenaban las copas de los invitados con sikaru restu, vino e hidromiel. La música no dejaba de sonar y las danzarinas con sus gráciles movimientos, deleitaban a los invitados. Varios grupos de acróbatas aparecieron en la sala y maravillaron a los asistentes con sus saltos y piruetas. Posteriormente, un comerciante de animales hizo desfilar ante el rey y su séquito tigres, hipopótamos, avestruces, cocodrilos y otros exóticos y raros animales. Magos, danzarinas y bufones amenizaron la velada, hasta que llegado un momento, el rey se levantó de su trono.

-Queridos invitados –comenzó a decir el rey mientras se secaba el sudor de la frente–, hoy, hace dos semanas, que gracias al todopoderoso dios Shamash, un mal que estaba dentro de mí, fue expulsado y he vuelto a la vida –hizo una pausa y bebió un largo trago de vino–. Esta fiesta es en honor al dios sol, que con su infinita benevolencia, me ha favorecido para servirle humildemente, durante el resto de mi vida. Bien es cierto, que nuestro dios Shamash se valió de las manos de un desconocido asu para conseguir tal proeza. Quiero presentaros a Kalam, el médico de quien nuestro amado dios se sirvió, para devolverme al mundo de los vivos y arrancarme de las garras de Nigishzida, el dios del inframundo. Kalam, acércate, quiero que todos te conozcan –ordenó el rey al médico con un gesto.

Kalam estaba desconcertado, hasta ese momento había pasado desapercibo. Sentado junto a su mujer en una esquina de la mesa, apenas había hablado con nadie. Tímido, se levantó y se dirigió hacia la mesa del trono, ante la mirada inquisitiva de más de un invitado. El paseo hasta el trono se le hizo eterno pues se encontraba en la otra punta de la sala y temió que los nervios le jugaran una mala pasada. Finalmente llegó al trono del rey y se postró ante él.

-Cuando finalizó la operación y empecé a sentirme bien, le dije a Nigirsu que quería que Kalam fuera mi médico personal –comenzó a decir el rey–. Es un joven físico que ha demostrado tener los conocimientos, valentía y la fuerza necesaria para ser la mano ejecutora de Shamash. Imashar, mi antiguo médico será su asistente. He hablado con él y está de acuerdo –dijo Assarhaddon ante el asentimiento del asu-. He querido aprovechar esta fiesta en la que están presentes los más altos dignatarios de Asiria, para hacerlo oficial.

Se produjo un ligero murmullo en la sala del trono. Prácticamente nadie había recalado en ese joven en toda la noche y de golpe se convertía en una de las personas más influyentes de la corte. Muchos fueron los que le miraron con recelo y Kalam pudo ver la mirada de Tessub que no disimulaba un ápice el odio y el desprecio que sentía por él. Desgraciadamente, Tessub no fue el único que comenzó a tener ese mismo sentimiento.

-Creo que no vienes solo ¿verdad? –le preguntó el rey a Kalam.

-Cierto mi señor, me acompaña mi mujer Damkira.

-¿Tienes hijos?

-Sí, mi rey, tengo un hermoso niño llamado Nabui.

-Muy bien, los dioses también te han bendecido con un hijo –dijo satisfecho el rey levantándose del trono– Los hijos son los más hermoso que los dioses te pueden regalar, además de la vida claro. Ya que está aquí tu mujer, tráela ante mí –ordenó el rey–, todos los aquí presentes estamos deseando conocerla. Este es el primer acto social de los muchos a los que te tendrás que acostumbrar a asistir y es bueno que nos conozcamos cuanto antes.

Kalam se giró y miró a su mujer. Damkira bajó los ojos, estaba muerta de vergüenza y no quería levantarse. Los comensales dirigieron su mirada hacia ella y Kalam se vio obligado a llamarla.

-Damkira, el rey te quiere conocer –le dijo con cariño pero con autoridad, no quería dar sensación de debilidad delante de los invitados.

En ese momento, Damkira se levantó de su asiento y todos los asistentes a la fiesta pudieron contemplar su belleza. Se miraron atónitos los unos a los otros, preguntándose cómo era posible que esa diosa hubiera pasado desapercibida durante toda la noche. Vestía una túnica de lino blanco hasta los tobillos y un cinturón de seda azul le ceñía la cintura, insinuando una esbelta silueta. El pelo, recogido por una fina redecilla de oro, estaba ligeramente oculto tras un transparente velo de gasa que le llegaba hasta la cintura. Tenía ambos brazos adornados con pulseras y brazaletes de plata bañados en oro, y un suave maquillaje en labios y pómulos, resaltaban aún más su belleza, regalándole rasgos divinos. Caminó despacio hacia el trono, mirando al suelo y levantando tímidamente la cabeza intentando evitar la mirada de los curiosos. El rey la miraba fascinado. Zukatu observaba la mirada de su marido y sintió como nacía en su interior un odio enfermizo hacia la mujer del médico. Ella era la reina, la mujer del todopoderoso Assarhaddon y la madre del futuro rey. No toleraría que ninguna campesina de sangre innoble le hiciera sombra.

Nisher-Sag, sacerdote del templo del dios Shamash, no perdía detalle. Sentado al lado de la reina madre Nakiya, observaba las miradas de unos y de otros. El rey desnudaba a Damkira con la mirada, Zukatu la observaba con odio, Nakiya con inquietud y el resto de invitados con fascinación. Nisher-Sag vestía una túnica negra que le llegaba hasta los tobillos, le colgaba un collar de oro con un gran medallón de ocho puntas, que le distinguía como sacerdote del templo del dios Shamash. Tenía la nariz puntiaguda y la barba perfectamente recortada y negra como el ala del cuervo. Un turbante negro cubría su cabeza y siempre aparecía apoyado en un enorme bastón de cedro, con el busto de un toro como pomo. Hombre ambicioso, tenía un gran ascendente sobre el rey; era su consejero, su adivino, su confidente. Assarhaddon no tomaba ninguna decisión importante sin antes consultarle. Nisher-Sag estudiaba los astros, hacía sacrificios animales y analizaba sus vísceras, luego informaba al rey sobre los designios de los dioses y sobre las decisiones más oportunas que éste debía tomar. Como por ejemplo, reconstruir la ciudad de Babilonia, destruida hasta los cimientos e inundada por el padre de Assarhaddon, Senaquerib que murió asesinado por sus hijos mayores. Nisher-Sag, después de interpretar un sueño del rey, le aconsejó que reconstruyera la ciudad para calmar la ira Marduk, el dios protector de Babilonia, si quería evitar ser asesinado por su primogénito, tal y como le ocurrió a su padre. El rey no sólo obedeció, sino que además se casó con Zukatu, princesa de origen babilónico. Nisher-Sag, vio en Kalam y en Damkira una amenaza. También era el consejero de la reina y no quería que nada en el mundo la perturbara. La irrupción de Kalam, como asu personal de su majestad y de Damkira, mujer de extremada belleza que naturalmente no pasó desapercibida al rey, podían causar ciertas inquietudes en palacio y Nisher-Sag, no estaba dispuesto a perder un ápice de su influencia dentro de la familia real. Debería estar atento a los acontecimientos y obrar en consecuencia. “Esta misma noche consultaré los oráculos.” –pensó.

Nakiya miraba con preocupación a su hijo, que no disimulaba su mirada lasciva hacia Damkira. Madre protectora, había intercedido por Assarhaddon como rey en contra de su hijastro Arad-Nalil, hijo de Senaquerib y su primera esposa, Gissab que murió durante el parto. Nakiya acusó a Arad-Nalil de conspiración en el asesinato del rey Senaquerib. No tenía muchas pruebas en contra de su hijastro, únicamente un documento encontrado entre las ropas de uno de los asesinos, en el que aparecía su nombre, junto con una bolsa de cuero con doscientos siclos de oro. Prueba suficiente para poner a los nobles y a la mayoría de los gobernadores de su parte. Durante meses, los seguidores de Arad-Nalil fueron perseguidos y asesinados y éste se vio obligado a huir a las lejanas tierras de Urartu. Durante años, la reina madre Nakiya había velado por su hijo, protegiéndole, eliminando uno a uno a sus enemigos y rodeándole de fieles colaboradores.

-El rey debería ocultar un poco más sus emociones -le dijo Nisher-Sag a Nakiya, que estaba sentada a su lado.

-Veo que tú también te has dado cuenta.

-Es evidente, creo que todos los aquí presentes hemos podido ver la mirada del rey hacia la mujer del médico, naturalmente Zukatu también -dijo Nisher-Sag mirando hacia la reina.

-Sí, yo también me he dado cuenta y Zukatu no va a tolerar que el rey tenga otra esposa.

-Está escrito en el contrato de matrimonio, uno de los acuerdos de boda era que Assarhaddon, se negaba a tener más esposas a no ser que Zukatu no le diera descendencia o se tratase de una boda política. Además, Damkira está casada.

-El rey tiene poder suficiente para anular la boda de Damkira y para romper el contrato de matrimonio ¿quién se lo iba a reprochar, tú?

-Mi reina, el equilibrio en el universo parte también de que el rey cumpla sus acuerdos y compromisos. Si el rey incumple, es muy posible que un período de desgracias e infortunios se cierna sobre el imperio -dijo con tristeza el sacerdote-. Esta misma noche estudiaré los oráculos y mañana al alba, sacrificaré un cordero. Espero que los dioses guíen nuestro camino.

-Mantenme informada -ordeno la reina madre.

-Siempre lo hago, mi señora -dijo el sacerdote bajando la cabeza.

A Kalam tampoco le pasó desapercibida la mirada del rey y un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo. Aprovechó el paseo de su mujer hacia el trono, para estudiar al resto de invitados. Hasta ese momento, no le había dado importancia, pero presentía que sería interesante conocer cuanto antes, con quién tendría que vérselas desde ese día en adelante. A la mayoría no les conocía, pero pudo distinguir a Tessub, el médico egipcio al que se veía bastante inquieto, a Nigirsu el gobernador de Nínive, que bebía tranquilamente una copa de vino y a su amigo Imashar, que le saludaba en ese momento con un gesto con la cabeza. También observó como dos generales del ejército, reían a carcajadas después de que uno de ellos hiciera un gesto obsceno. Uno de los oficiales tenía una cicatriz que le cruzaba toda la cara. Cuando dejó de reírse, miró a Kalam que seguía observándole con atención y le saludó levantando una jarra de vino que bebió de un solo trago. Este sería su nuevo ambiente. Se debería acostumbrar a las intrigas de palacio, algo a lo que él, un joven médico llegado hacía poco a la capital del reino, no estaba muy habituado. Tenía ganas de hablar con Imashar, de que le informara sobre los miembros de la corte y que le guiara sobre la mejor manera de conducirse en ese tipo de entornos. Continuaba inmerso en sus pensamientos, cuando su mujer llegó a su altura y le cogió de la mano.

-Mi señor -dijo Damkira postrándose ante el rey.

-Mi bella Damkira, debería ajusticiar a Kalam por tenerte oculta durante todo este tiempo –dijo el rey mirándola fijamente a los ojos, cautivado por su belleza–. Aunque también es verdad que es lógico que te tenga apartada de la mirada de otros hombres y sólo te tenga para el disfrute propio.

Kalam se sintió ofendido, pero intentó que sus sentimientos no fueran reconocidos por ninguno de los presentes. Damkira miraba al suelo sonrojada, muerta de vergüenza.

-Mañana mismo os trasladaréis a palacio. El médico real debe vivir en el palacio junto al rey y su familia –dijo Assarhaddon dirigiéndose a Kalam mientras se frotaba las manos y se humedecía los labios–. Os enviaré a un par de criados para que os ayuden con el traslado. Deseo que la velada sea de vuestro agrado, id a vuestra mesa y disfrutad de la fiesta.

-Gracias mi rey.

Kalam y Damkira se sentaron en la mesa y apenas hablaron, ambos estaban inquietos. Lo que debería haber sido una feliz velada, se convirtió en una noche de inquietud y malos presagios. Al día siguiente, se irían a vivir a palacio, todo un sueño para un hombre como él, pero no podía apartar de su mente la mirada del rey hacia su amada. Tenía ganas de huir, de dejarlo todo, de abandonar la ciudad e irse a un pueblo remoto y oculto, donde pudiera ejercer su profesión sin sobresaltos. Pero por otro lado, intentaba una y otra vez convencerse que quizá, fueran imaginaciones suyas. Simplemente el rey veía en su esposa a una mujer bella, muy bella y nada más. Se encontraba preocupado y sonrió a su mujer con amargura, intentado apartar los malos pensamientos de su mente. En ese momento, sintió como una mano se apoyaba sobre su hombro.

-Saludos médico Kalam –dijo con una fingida sonrisa Nisher-Sag.

-Saludos honorable sacerdote -dijo Kalam levantándose de la mesa-. Permíteme que te presente a mi mujer Damkira.

-Mis mejores deseos para ti, bella mujer -dijo cortésmente el sacerdote-. Creo que a partir de ahora, no vas a pasar tan desapercibida en la corte, tal y como hasta ahora, has intentado muy hábilmente.

Las palabras del sacerdote inquietaron a Kalam. Quizá, el interés mostrado por el rey hacia su esposa, no fueran imaginaciones suyas.

-Es un honor -dijo Damkira, algo confusa por las últimas palabras del sacerdote-. No estoy acostumbrada a asistir a este tipo de celebraciones y a compartir mesa con invitados tan ilustres. Estaba un poco nerviosa, no quería cometer ningún error.

-Además de belleza tienes una gran inteligencia, algo poco habitual hoy en día en una mujer, salvo honrosas excepciones –dijo el sacerdote mirando a la reina madre-. Mi joven médico, debes saber que como sacerdote del templo del dios Shamash, y como interpretador de sueños y adivino de su majestad, soy a la primera persona a la cual acude nuestro amado rey, cuando tiene una dolencia.

-¿Así lo hizo cuando sintió el dolor en el bajo vientre? -preguntó Kalam, con toda la intención.

La bilis subió por la garganta del sacerdote, que tuvo que hacer grandes esfuerzos por mantener su fingida sonrisa. Guardó la calma y respondió con toda la amabilidad de la que fue capaz.

-Desgraciadamente, en ese caso, los dioses con su infinita sabiduría, no quisieron darme alguna indicación para poder curarle y por eso acudimos a Imashar y posteriormente a ti.

-Los dioses a veces están demasiado ocupados -dijo Kalam hastiado de la fiesta y del sacerdote.

-Con esto te quiero decir -continuó el sacerdote haciendo caso omiso de la blasfemia del asu-, que debemos mantener una comunicación fluida entre ambos y compartir cualquier información que tengamos sobre el estado de salud del monarca y la familia real. Hasta ahora con Imashar, ha sido así y entiendo que no hay razón por la que cambiar.

-Por mi parte no hay problema y serás fielmente informado sobre el estado de salud del rey. Pero también necesito que por tu parte, me informes de cualquier alteración en su estado de salud. Tal y como me has comentado, tú eres la primera persona a la que acude cuando se encuentra mal.

-Es cierto que nuestro primer encuentro no ha sido del todo amistoso –dijo el sacerdote intentando ganarse la confianza del médico–, pero eso no significa que debamos ser enemigos. Por el bien de nuestro amado rey, debemos cooperar y trabajar codo con codo. Ambos buscamos lo mismo, aunque por caminos distintos. Naturalmente que serás adecuadamente informado cuando el rey venga a mí. Ahora tengo que retirarme, por favor, disculpadme, estos actos sociales me agotan. Te deseo lo mejor para ti y tu familia.

-Muchas gracias honorable Nisher-Sag -dijo conciliador Kalam.

El rey se levantó de la mesa y se dispuso a salir de la sala, escoltado por su guardia personal y acompañado por su familia. Se despidió de los invitados saludando con la mano hasta que salió por la puerta. Se ponía así el punto final al banquete. Los invitados fueron saliendo de la sala en medio de murmullos y conversaciones bajo la música de los laúdes, que no dejó de sonar durante toda la velada.

Eran altas horas de la madrugada cuando Nisher-Sag llegó al tempo de Shamash. Se sentía inquieto y deseoso de comunicarse con los dioses, un extraño presentimiento estremecía su espíritu. Un sirviente le abrió la puerta y el sacerdote ordenó que le subieran un cordero al altar que se encontraba situado en la parte superior del templo. Se dirigió a sus aposentos y abrió un arcón que contenía todos los utensilios que necesitaba para realizar el sacrificio. Cuando subió al altar, ya estaba preparado el cordero. Sacó un cuchillo muy afilado, ligeramente curvo y con la empuñadura de madera engastada con piedras preciosas. Se colocó al lado del cordero y le puso debajo una bandeja de plata ovalada y un cuenco de madera. Miró hacia el cielo invocando al dios Shamash y le pidió luz y sabiduría para poder interpretar sus augurios. Levantó el cuchillo hacia el cielo apuntando al firmamento y con la precisión de un cirujano, rebanó el cuello del animal que apenas pudo emitir un leve quejido. Comenzó a emanar de su cuello un chorro de tibia sangre hacia el cuenco de madera. Pronto el animal yacía inerte tumbado sobre el altar de piedra. El sacerdote realizó una incisión en el vientre del cordero y comenzó a sacar sus vísceras y depositarlas sobre la bandeja de plata. Separó el hígado y comenzó a estudiar con detenimiento los lóbulos superiores e inferiores, sus apéndices, la vesícula biliar, los conductos cístico y hepático, la vena y la porta. Vio que la parte izquierda del hígado tenía dos perforaciones y estaban ligeramente manchadas con un color blanquecino, la vesícula estaba hinchada y emanaba un olor nauseabundo. Se lavó las manos con agua de una palangana y ordenó a un sirviente que purificara al animal quemándolo en una hoguera situada cerca del altar. El sacerdote bajó pensativo las escaleras, hasta que llegó a sus aposentos. Sin duda, Shamash se había comunicado con él a través del animal y ahora tenía la responsabilidad de cambiar los malos augurios. Ese mismo día hablaría con el rey.

Kalam y Damkira llegaron a su casa escoltados por la guardia real. Apenas hablaron hasta que llegaron a su hogar. Ambos estaban nerviosos, la idea de mudarse al palacio les inquietaba. Los dos eran conscientes de la mirada del rey hacia Damkira y, que a partir del día siguiente, dormirían bajo el mismo techo. Kalam, intentó desechar los manos pensamientos pero tenía bien claro lo que iba a hacer en el caso de que Assarhaddon intentara arrebatarle a su mujer; lucharía por ella hasta la muerte, incluso sería capaz de enfrentarse con el todopoderoso rey de Asiria. Aunque estaba preocupado, no dejaba de pensar que sus inquietudes no eran más que meras conjeturas. Sonrió y pensó que se estaba comportando como un marido celoso. Cuando llegaron a la puerta de su casa, Kalam besó a su mujer.

-Nunca permitiré que nadie te separe de mí.

-Yo nunca me separaré de ti, antes me mataría -Damkira sabía a qué se refería su marido.

-El rey se ha fijado en ti -dijo con tono angustiado Kalam.

-Lo sé, pero no creo que haya de qué preocuparse. Su mujer es muy hermosa y tú le salvaste la vida. Si intentara algo conmigo, los dioses le castigarían.

-Ya sabes que yo no creo mucho en los dioses, solo creo en lo que veo. Si intentara algo contigo, no recibiría el castigo de los dioses, sino de su médico, y te puedo asegurar que sé cómo hacerlo.

-Estamos hablando de más, mañana nos mudamos con nuestro hijo a palacio y seguro que seremos muy felices.

-Seguro que sí cariño -dijo Kalam no muy convencido.

Entraron en su hogar y vieron a su hijo Nabui recostado con Aola, la vecina que le había cuidado durante la noche. Con sumo cuidado, Damkira cogió al niño para acostarle en su cama mientras Kalam, despertaba suavemente a la cuidadora que se frotó los ojos y se despertó con una sonrisa. Vivía a pocas manzanas y Kalam, amablemente, la acompañó hasta su casa.

Al día siguiente, se presentaron en la casa del asu los sirvientes prometidos por Assarhaddon, subidos en un carro tirado por dos mulas. Venían de palacio para hacer la mudanza. Kalam y su familia cogieron sus pertenencias que no eran muchas, y dejaron los muebles, innecesarios en el palacio. Pronto llegaron a su destino, y dos robustos soldados le franquearon el paso cuadrándose ante él. Damkira no pudo disimular una sonrisa mientras miraba a su marido que también la sonreía. El sirviente detuvo las mulas y se bajó del carro, abrió una hermosa puerta de roble tallado y les guió hacia su nuevo hogar. Su casa se encontraba en el lado oeste de palacio y estaba compuesta por tres habitaciones, una cocina y un patio interior decorado con una pequeña fuente, que emanaba un chorrillo de agua muy fresca. El patio estaba adornado con todo tipo de flores y un par de datileras le protegían del sol durante todo el día. Las habitaciones estaban decoradas con relieves y figuras de alabastro. Los muebles, de bella factura, eran de cedro y tapices de lana con ribetes de piel de cabra, cubrían las ventanas. El lugar se veía fresco y limpio. Tres sirvientes comenzaron a descargar el carro mientras Kalam les decía dónde tenían que dejar las cosas.

-Bueno, este es nuestro nuevo hogar -dijo Kalam cuando se fueron los sirvientes.

-Me gusta -dijo Damkira mientras dejaba a Nabui en el suelo- ¡No me puedo creer que vivamos en el palacio del rey!

-A mí también me gusta -dijo el niño y todos comenzaron a reír.

-Aquí seremos felices -dijo Kalam mientras estrechaba a su mujer con un fuerte abrazo y la besaba.

-Voy a la fuente -dijo Nabui dirigiéndose a la puerta.

-Espera hijo voy contigo -dijo Damkira-, ¿vienes?

-Voy a buscar a Imashar, quiero que me ponga en antecedentes sobre las dolencias más habituales del rey y su familia, y sobre todo, quiero que me enseñe a manejarme en la corte.

-Me parece buena idea y luego me enseñarás tú cómo moverme en este mundillo tan extraño para mí –dijo una sonriente Damkira.

-Pronto va a parecer que siempre hemos vivido en palacio -dijo Kalam, riendo mientras salía de la casa.

El rey no se podía quitar de la cabeza a la bella Damkira. Desde que la vio por primera vez, se había convertido en una obsesión. No podía pensar en otra cosa, todo le recordaba a ella e incluso a su mujer la llamó Damkira una vez durante el desayuno, algo que a la reina no le hizo nada de gracia. Sabía que, como rey, podía poseerla cuando y como quisiera, pero también sabía que Shamash no toleraría que mancillara el honor de quién le salvó la vida. Decidió dar un paseo por los jardines de palacio para refrescar un poco su cabeza cuando vio que se acercaba Nisher-Sag. Eso le agradó, porque tenía enorme interés en verle.

-Saludos mi rey -dijo Nisher-Sag postrándose ante Assarhaddon.

-Buenos días sacerdote, tienes mal aspecto ¿acaso no has pasado buena noche?

-Es cierto mi señor, no he dormido demasiado bien.

-Es una pena encontrarse mal en un día tan maravilloso ¿no crees? La primavera apenas ha llegado y el frio invierno no parece más que un lejano recuerdo –dijo feliz el rey.

-Un día maravilloso, mi rey –dijo el sacerdote con indiferencia-. No conocía vuestras intenciones de cambiar de médico -continuó Nisher-Sag, yendo directamente al grano.

El rey se detuvo ante la inesperada pregunta del sacerdote.

-¿Es Kalam la causa de tu malestar, mi fiel sacerdote?

-Entre otros motivos mi rey –respondió con tono misterioso Nisher-Sag.

-Es normal que nombre a Kalam mi médico personal, me salvó la vida -dijo el rey mientras reiniciaba el paseo.

-Por mediación de Shamash, mi rey -puntualizó el sacerdote.

-Claro, claro, pero fueron sus manos y no las tuyas las que utilizó nuestro gran dios. Que sea mi asu es lo más justo y estoy seguro que a los dioses les agradará la idea.

A Nisher-Sag no le pasó desapercibido un cierto tono de reproche en las palabras del rey.

-Es cierto que los dioses se valieron de él para salvaros la vida, pero Imashar es un gran médico y quizá Kalam no tuvo más que un golpe de suerte -dijo con cierto disgusto Nisher-Sag.

-Imashar seguirá siendo mi médico junto con Kalam. Estoy seguro que entre vosotros tres velaréis por mí hasta que llegue mi hora y sea llamado por Shamash.

-Naturalmente mi rey, simplemente me extrañó que no consultaseis conmigo la conveniencia o no de nombrar a Kalam como vuestro asu personal.

El rey se detuvo delante de una bella flor a punto de florecer.

-No sabía que tenía que consultarte todas las decisiones que tomo –le dijo en tono cortante mirándole a los ojos.

-No es a mí a quién se debe consultar, mi señor, sino al dios Shamash. Sabéis que la mayoría de las decisiones importantes que habéis tomado han sido consultadas con nuestro dios, que nos ha iluminado con su infinita sabiduría y, corregidme si me equivoco, pero hasta ahora os ha guiado con éxito –dijo seguro de sí mismo el sacerdote.

Assarhaddon arrancó la flor, la apretó fuerte con el puño y la tiró al suelo. El sacerdote le miraba satisfecho.

-No pensé que esta decisión fuera tan importante para el reino –claudicó finalmente el rey.

-Mi señor, vuestra labor es agotadora, vuestro imperio infinito y vuestra majestad no tiene tiempo para ocuparse de todo. Permítanos que la reina madre y yo, aconsejados por el dios Shamash, le ayudemos en todo lo que precise.

El día ya no le parecía tan maravilloso al rey. El sacerdote tenía la facultad de hacerle sentirse culpable de cualquier cosa. De repente se sintió cansado y se sentó en un banco de piedra. Nisher-Sag le tenía donde quería, era el momento de darle la estocada final.

-También me he fijado como mirabais a la mujer del médico -dijo el sacerdote, mientras observaba distraído una flor de jazmín.

El rey le miró sobresaltado.

-¿A qué te refieres?

-Creo que lo sabéis perfectamente.

-¿Tan evidente es? No se te escapa nada sacerdote –dijo Assarhaddon sin ocultar irritación.

-Con todos mis respetos majestad, fue evidente y todos los allí presentes se dieron cuenta.

-¿Quieres decir que ahora todo el mundo sabe que estoy enamorado de Damkira? – preguntó el rey.

El sacerdote se levantó y miró hacia el horizonte.

-No lo sé mi señor, pero estoy seguro que vuestra mirada no pasó desapercibida.

-Es una mujer extremadamente hermosa, y muchos hombres perderían la cabeza por ella –dijo el rey mirando al suelo y dando una patada a un guijarro

-Su majestad no es un hombre más, su majestad es el hombre más poderoso del mundo. Debéis respetarla, es la mujer del físico que ayudó, con la mediación de los dioses, a salvaros la vida –matizó el sacerdote.

El rey se levantó y cogió al sacerdote por los hombros.

-¡Busca la manera que me permita yacer con esa mujer sin levantar la ira de los dioses! –le ordenó con energía– Quizá ofreciendo sacrificios a Ishtar, donaciones a los templos, liberando esclavos….no sé, algo se podrá hacer –dijo desesperado el rey.

-Anoche realicé un sacrificio y estudié el hígado de un cordero -dijo el sacerdote.

-¿Y bien?

-Si tocáis a esa mujer, la desgracia caerá sobre su majestad –Nisher-Sag hizo una pausa para concentrar toda la atención del rey- y sobre el imperio.

Assarhaddon se sintió desfallecer.

-¿Y… y si fallece Kalam? -preguntó en un susurro el rey, como temiendo ser escuchado por los dioses.

-¿Queréis ordenar la muerte del médico que os salvó la vida? -preguntó desconcertado el sacerdote.

-No, no quiero decir eso. No voy a ordenar ninguna muerte, lo que quiero decir es que si el médico muere de forma natural, o por un accidente… ¿Qué ocurriría? ¿cuál sería la decisión de los dioses respecto a Damkira?

Enseguida entendió Nisher-Sag cuáles eran las intenciones de su rey. Meditó durante unos instantes, sopesando todas las posibilidades y sobre todo aquella que más le beneficiase.

-Si tiene una muerte en la cual vuestra majestad no tiene nada que ver, Damkira sería una mujer viuda, que al vivir en el palacio estaría bajo vuestra protección. Los dioses entenderían que mantuvierais una relación con ella, pues prácticamente viviríais bajo el mismo techo -dijo el sacerdote.

-Bien, muy bien, eso es lo que quería oír. No temas mi fiel consejero –dijo sonriendo satisfecho el rey–. No voy a ordenar la muerte de mi médico, es más, voy a intentar evitar ver a Damkira. No quiero caer en ninguna tentación, por lo menos mientras Kalam siga vivo. Olvidemos esta conversación.

El sacerdote sonrió sorprendido por la dirección que estaba tomando la conversación. Tenía a Kalam y al rey a su merced. Era el momento de quitarse al molesto médico de en medio de una forma definitiva.

-Hay otra cosa más mi señor –dijo el sacerdote.

-Habla –ordenó el rey.

-Los dioses ven en Kalam un peligro para vuestra majestad y para vuestro reino –dijo con semblante serio el sacerdote.

-No lo entiendo, los dioses no me dejan yacer con la mujer del médico y no puedo ordenar su muerte porque le debo la vida pero, a su vez, dicen que es un peligro para mí y para mi reino –dijo confuso el rey.

-A veces los dioses son difíciles de entender, pero creo que en este caso han sido cristalinos como el agua. Kalam es un ateo que reniega de su poder, tiene ideas subversivas y eso no les agrada, sus métodos no son tradicionales y ponen en cuestión el poder de Shamash. En cuanto a Damkira, es una bella mujer que ha engendrado un niño. Ella no es culpable de los pecados de su marido –el sacerdote comenzó a andar mirando al suelo con las manos entrelazadas en la espalda. Medía cada una de sus palabras buscando aquella que fuera más útil para sus propósitos–. Los dioses me dicen que Kalam le ha embrujado con alguna de sus pócimas, ungüentos o incluso, con magia negra. Los dioses consideran a Damkira una gran mujer y por este motivo, la han bendecido con un hijo sano y fuerte. Quieren protegerla y no manchar su karma con el adulterio, aunque sea forzado.

El sacerdote se detuvo y miró a su rey.

-¿Entonces los dioses ven con buenos ojos que Kalam desaparezca? –preguntó expectante Assarhaddon.

-Siempre y cuando su majestad no tenga nada que ver.

-Gracias por tu consejo mi fiel sacerdote. Como es habitual, tu ayuda ha sido inestimable.

-Es un placer y un honor servir a mi rey –dijo con tono servil Nisher-Sag al despedirse.

El día volvió a ser radiante y Assarhaddon se sentía pletórico. Estaba emocionado, lleno de energía, se sentía radiante. Tenía la necesidad imperiosa de hablar con su madre, contarle todo, su amor por Damkira, la conversación con el sacerdote y el confuso futuro del médico. Corrió hacia palacio y se dirigió hacia las estancias de Nakiya.

-¡Madre, madre! –gritó el rey golpeando la puerta del dormitorio- ¡Abre la puerta necesito hablar contigo!

Nakiya oyó los gritos de su hijo y abrió la puerta asustada.

-Hijo, ¿Qué es lo que ocurre? –preguntó la reina madre preocupada.

-Madre, la quiero –sollozó el rey abrazado a su madre.

-¿A Damkira verdad?

-Sí, madre –confirmó el rey– la quiero más que a nada en este mundo.

Nakiya acarició el pelo de su hijo.

-Hijo, debes olvidarla es la mujer de tu médico. Kalam te salvó la vida, los dioses te castigarían si intentas algo con ella.

-He hablado con Nisher-Sag –dijo Assarhaddon secándose los ojos– Me ha dicho que si muere Kalam, puedo yacer con ella.

Nakiya negó con la cabeza.

-Hijo, creo que estás confundiendo el amor con la lujuria. Tú no quieres a Damkira, simplemente la deseas porque es hermosa. La pasión que sientes por esa mujer es pasajera, y estoy segura que se te pasará en unos días. Tampoco creo que quieras matar al hombre que salvó tu vida.

-La quiero madre –protestó el rey–. No es sólo deseo lo que siento por ella, es también amor. En cuanto a Kalam, no voy a ordenar su muerte, no quiero ofender a los dioses. Pero necesito tu ayuda madre, ¡Me tienes que ayudar! –ordenó el rey en tono de súplica.

La reina madre sintió compasión una vez más por su hijo, y volvió a repetir la pregunta que tantas y tantas veces le había hecho a lo largo de su vida.

-¿Qué quieres que haga hijo? -preguntó su madre.

-Me tengo que deshacer de Kalam sin provocar a los dioses.

-Quieres que Kalam muera, pero no quieres ordenar su muerte ¿verdad?

-Así es, madre.

-¡No debes hacer daño a Kalam o la ira de los dioses caerá sobre el imperio! – dijo enfadada Nakiya– Esa mujer no te conviene. ¡Vete con Zukatu y cuida de ella!

-Pero la quiero –dijo entre sollozos el rey abrazando nuevamente a su madre.

-¿Y su hijo? –preguntó la reina madre- ¿Quieres que su hijo sea el rey de Asiria en lugar de alguno de los tuyos? Hijo mío –dijo Nakiya con un tono más sosegado–, tienes tres hijos varones, uno de ellos será rey, si el hijo de Kalam reclama el trono, Asiria puede entrar en desgracia tras tu muerte. La guerra civil se cerniría sobre el imperio y sería el fin de nuestra estirpe. ¡Recuerda lo que le sucedió a tu padre!

Esas palabras bloquearon a Assarhaddon, durante toda su existencia había vivido con el miedo de ser asesinado por sus propios hijos, como ocurrió con su padre, Senaquerib.

-Sabes que Sin-Iddina-Apla será proclamado rey cuando yo muera –dijo el rey.

-Hijo, recapacita y piensa en Asiria, piensa en tu pueblo –suplicó Nakiya.

-Lo haré, madre, lo haré. He de marcharme, estoy cansado –dijo el rey entre sollozos, ante la mirada preocupada de Nakiya.

Assarhaddon salió de la habitación con la mirada baja, tenía lágrimas en los ojos y un fuerte dolor de cabeza. Necesitaba descansar y aclarar sus ideas. Tenía que pensar en la mejor manera de desembarazarse de Kalam, pero ahora no era el momento, se sentía débil y necesitaba dormir.

Nakiya se quedó pensativa en su habitación, una vez más, su hijo la necesitaba, y ella estaba obligada a ayudarle. Desde que era niño, había tenido problemas de salud y su hermanastro Arad-Nalil se mofaba de él y obligaba a sus amigos a hacer lo mismo. Ella siempre le había protegido y defendido, como una leona defiende a su camada. Nunca le había negado nada, pero ahora era distinto, tenía que buscar lo mejor para su hijo y para el imperio. Sabía que Assarhaddon no se iba a echar atrás y que buscaría la manera de poseer a Damkira. Ella tendría que impedirlo y sólo tenía dos opciones; o acabar con la vida de Damkira o evitar la muerte de Kalam. Matar a Damkira no agradaría a los dioses, era la mujer del médico que salvó la vida de su hijo. Los dioses no tolerarían ese acto y la condenarían al más profundo y terrible de los infiernos. Sólo le quedaba una opción, proteger la vida del físico. “Mientras Assarhaddon siga encaprichado con Damkira me voy a convertir en la más fiel protectora de Kalam, no tengo otra opción, si quiero ayudar al rey y al imperio. Tengo que proteger a mi hijo de su peor enemigo, él mismo.” –pensó la reina madre.

Kalam atendía a diario a la familia real. Se había ganado el cariño de los jóvenes príncipes Sin-Iddina-Apla, Assurbanipal, Samas-Suma-Ukin y de la pequeña princesa Sherna. Sin-Iddina-Apla era el mayor y el futuro sucesor del rey. A sus apenas diez años, poseía la fuerza y el carácter de su abuela. La mayor parte del tiempo lo pasaba con su mentor Hashat, que le instruía en el arte de la guerra, así como en el conocimiento de las letras y la astronomía. Assurbanipal tenía cinco años, como su hermano iba a convertirse en rey, él estaba siendo instruido por Nisher-Sag, para convertirse en el futuro sacerdote del templo del dios Shamash. Era un joven taciturno y reservado. Parco en palabras, se refugiaba en los estudios y era fácil encontrarle por los jardines de palacio, estudiando alguna tablilla de arcilla. Samas-Suma-Ukin era poco mayor que Assurbanipal y no hacía otra cosa que seguir a su hermano mayor. Era un niño inquieto e irascible, de carácter impulsivo y variable. En cambio, la princesa Sherna, era todo dulzura y simpatía. Hacía poco tiempo que había aprendido a andar y se divertía corriendo por los jardines, mientras que una niñera fingía perseguirla. La niña no paraba de reír y sus pequeñas carcajadas resonaban por todo el jardín, alegrando tanto a la familia real, como a todos aquellos que tenían el placer de oírla.

Nabui, el hijo de Kalam, jugaba a menudo con ellos y con los hijos de otros altos funcionarios. Era habitual ver un corrillo de niños jugando a las batallas en los jardines de palacio, vigilados de cerca por sus cuidadoras que no paraban de correr tras ellos. La reina Zukatu, apenas hablaba con Damkira, todavía celosa de su gran belleza, no olvidaba como la miraba el rey en el banquete y sus conversaciones, se limitaban a ligeros saludos de cortesía cuando se cruzaban en el palacio. El rey evitaba encontrarse con Damkira y cuando lo hacía, se dirigía a ella de forma cortés. Solamente la reina madre Nakiya, parecía haber tomado aprecio por la mujer del médico. Solían coser juntas en el jardín o iban a pasear por los mercados de la ciudad. Pasaron así varias semanas, y Kalam pudo aprender de Imashar numerosos aspectos de la medicina que desconocía, pero sobre todo, el anciano médico le enseñó cómo moverse con habilidad en palacio y cómo manejar sus relaciones sociales con las clases dirigentes. Damkira se sentía feliz y cada vez más cómoda en palacio, a pesar de que era consciente de la antipatía que la reina le profesaba. No se sentía culpable y pensaba que, algún día, cuando Zukatu se diese cuenta que era totalmente inofensiva y que el rey no tenía ningún interés por ella, podrían ser incluso amigas.

Era una clara mañana de primavera, y la luz del sol entraba a través de dos grandes ventanales en la sala de lectura. En la enorme estancia, había miles de tablillas de arcilla escritas en lenguaje cuneiforme, escritura propia del idioma acadio, pero también había centenares de tablillas escritas en arameo, hebreo y árabe. Cuidadosamente ordenadas por temas, cubrían las paredes y llegaban hasta el techo de la biblioteca de Nínive. Kalam se encontraba con Imashar, estudiando una tablilla de ciencias en la que se podía leer acerca de las propiedades medicinales de determinadas plantas, cuando un sirviente, visiblemente alterado, entró en la sala y les dijo que se dirigieran de forma urgente a la alcoba del príncipe Assurbanipal, pues se encontraba gravemente enfermo. Kalam fue rápidamente al dormitorio del príncipe acompañado por Imashar, y le encontró postrado en la cama. Velando junto a él, se encontraban Assarhaddon, la reina Zukatu y Nisher-Sag. El dormitorio del príncipe era grande y muy iluminado, una gran ventana permitía que entrara la luz y el aire fresco. Estaba amueblado por un gran arcón de cedro, donde el joven príncipe guardaba sus tablillas y algún que otro juguete, un armario de roble y dos hermosas mesillas de noche. Figuritas de alabastro que representaban a dioses y soldados, estaban esparcidas por la estancia. El príncipe parecía dormido, estaba empapado en sudor y tenía fiebre.

-¿Qué le ocurre al príncipe? -preguntó inquieto Kalam acercándose al niño.

-Tiene fiebre, sudores fríos y el corazón le late con fuerza –dijo el rey, con voz temblorosa, frotándose con fuerza las manos.

-Es el mal del dios Adad, pronto se curará, ya he realizado sacrificios a la diosa de la medicina Gula y los oráculos son propicios –dijo Nisher-Sag, seguro de sí mismo.

Kalam observó que, debajo de la cama del joven príncipe, alguien había puesto una figura de alabastro que representaba a un monstruo. Negó con la cabeza y se centró en la curación del niño.

-Me parece bien. Ahora, si al noble sacerdote no le importa, vamos a probar con otros métodos más mundanos –dijo escéptico Kalam-. Tiene la temperatura muy alta y los pómulos están al rojo vivo, también veo que tiene los ojos un poco hundidos. Imashar, tráeme rápidamente agua fresca, zumo de uva y sal. También necesito unas gasas y una palangana con agua.

-He traído una figura de la diosa de la salud Nin-Karrak -intervino el sacerdote, poniendo la figura de alabastro junto a la del monstruo.

-No creo que unas simples figuritas de barro curen al príncipe, pero tampoco creo que le hagan ningún mal. Estoy seguro que con mis remedios y tus dioses, le curaremos –dijo Kalam.

Los ojos del sacerdote se cubrieron de ira. Intentó responder a la blasfemia del asu, pero sintió la mano del rey sobre su hombro y prefirió callar, ese no era su momento.

-¿Es grave? -preguntó la reina a Kalam.

-Es posible que los dioses estén enfadados con el príncipe por algún motivo, y ésta es su forma de castigarlo -dijo el sacerdote mirando desafiante a Kalam, esperando alguna respuesta blasfema.

-¿Qué puede hacer un niño para que los dioses le castiguen de esta manera? -preguntó la reina.

-No lo sabemos mi reina, pero cuando se recupere el príncipe, se lo preguntaremos -respondió el sacerdote.

-Los dioses son crueles –intervino el rey.

-Los dioses velan por el equilibrio del universo. Si todo está en orden, no participan en nuestro mundo, cuando actúan es para restaurar nuevamente el equilibro perdido -dijo el sacerdote.

-Mi reina, ¿qué ha estado haciendo el príncipe durante la mañana? -preguntó Kalam indiferente a los debates teológicos.

-Ha estado jugando con sus amigos fuera del palacio, cerca de la muralla, ha llegado sudando y rojo como un hierro incandescente. Luego se ha desmayado y ha perdido el conocimiento. Cuando conseguimos reanimarle, estaba aturdido y no sabía dónde se encontraba -dijo entre sollozos la reina.

-Creo que esto no es un castigo de los dioses -dijo Imashar que entraba en ese momento en la habitación-, el príncipe ha sufrido una fuerte deshidratación. Lo que tenemos que hacer, es darle de beber líquido de forma abundante y ponerle gasas húmedas en la frente. En pocas horas, estará dando patadas y corriendo otra vez como si nada.

Las palabras de Imashar tranquilizaron a los reyes, que sonrieron esperanzados.

-Los dioses te oigan Imashar –le dijo el rey.

-Imashar tiene razón –confirmó Kalam–. Tiene que beber abundante agua con mosto mezclada con un poco de sal y mañana amanecerá como nuevo.

-Shamash es grande –dijo el sacerdote.

-Shamash es grande –respondieron los reyes.

Kalam no dijo nada, secó el sudor de la frente de Assurbanipal y, despidiéndose de los allí presentes, salió de la estancia.

El sacerdote estaba rojo de ira. Cada minuto que pasaba, odiaba más al vanidoso médico. Se despidió cortésmente de los reyes y se dirigió al templo de Shamash inmerso en sus pensamientos. No soportaba más la arrogancia y las blasfemias de ese estúpido asu. Le había dejado en ridículo una vez más y no volvería a tolerarlo. Durante toda su vida, había servido fielmente a la familia real y no consentiría que un vulgar médico de provincias le hiciera sombra. Recordaba cuando Assarhaddon era niño, y él velaba su sueño para alejar a los malos espíritus, y como realizaba cientos de sacrificios para apartar el mal que le consumía. Imploraba, noche tras noche, a todos los dioses hasta que llegaba el alba. Estuvo varios días sin comer, ni dormir, hasta que casi él también enferma. Todos decían que se esforzaba para nada, pues el joven príncipe continuaba consumido por la enfermedad, hasta que quedó postrado en la cama. Raro era el día que no tenía fiebre, dolor de cabeza, diarreas o falta de apetito. Nadie en la corte pensaba que conseguiría vivir mucho más tiempo, pero el esfuerzo del sacerdote, permitió que el príncipe saliera adelante y que incluso, se convirtiera en el rey del más poderoso imperio del mundo conocido. Después de tantos esfuerzos, de tantos sacrificios, de tanto amor derramado en la familia real, no iba a tolerar que ese médico blasfemo se interpusiera en su camino. Quería acabar con él, pero temía despertar la cólera de los dioses. Tenía que buscar la forma de conseguir su propósito, sin irritarles ni provocar su furia. Recordó que el rey también quería ver muerto a Kalam, por motivos distintos, pero quería verle muerto, y el recuerdo de las palabras del rey, produjo una ligera sonrisa en sus labios.





3 comentarios:

  1. ¡Ay! Pobres de Kalam y Damkira...preveo conflictos graves.
    El segundo capítulo nos introduce un poquito más en la historia y nos da pie a continuar, así que no me queda más que comprarte una descarga, de momento.
    Veo algún error tipográfico y la falta de bastantes comas, sobretodo en los diálogos. Si es un error sólo aquí en el blog, no pasa nada, pero sería una lástima que en las copias impresas aparecieran...Todo y que hasta en los mejores libros aparecen.
    Me estoy leyendo la última parte de la saga de La Torres Oscura de Stephen King y hay trozos con bastantes errores. ¿No paga la editorial a sus correctores?:)
    Eso sí, a mucha gente le pasarán desapercibidos, por eso no te preocupes.

    Un saludo.

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  2. Me gusta. Muy documentada y rica en detalles. Los personajes bien definidos y una trama que logra atrapar. Buena novela histórica. Un saludo

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  3. Muchas gracias por tus comentarios.

    Alfonso.

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